Cuando llega la cuenta a la mesa de un restaurante salen a la luz las peores miserias de una persona. Estos son los personajes más insoportables.
Comer afuera es más rico, más interesante y más cómodo que comer en casa, pero mucho más caro, por supuesto. Quizás por eso, la elegancia o el buen gusto de una persona tengan poco que ver con su conocimiento de la carta o su habilidad para pronunciar un menú de cuatro pasos en francés, y mucho más con su generosidad y desapego para pagar lo que consumió. Los caballeros (¡y las damas!) no se ven a la hora de comer, sino al sacar la billetera.
1. EL MINUCIOSO
Uno de los comensales más tediosos es el minucioso, un obsesivo que agarra el ticket, se pone los anteojos, e interroga al camarero como si estuviese en una comisaría. Lee la factura renglón por renglón y le pregunta qué era cada cosa, aunque se dé cuenta solito de que SERV MES es el servicio de mesa y que los $10 son de las gaseosas de sus hijos pequeños. Si algo cuesta un peso más que lo que dice el menú, enseguida coteja y protesta, pidiendo que se lo corrijan, ofuscado porque según él, “lo están estafando”. Si efectivamente se equivocaron, además pide hablar con el encargado o escribir algo en el libro de quejas, sin afán de conseguir nada más que el placer de ajusticiar a los empleados, que lo único que quieren es que se vaya de una vez para cerrar e irse a dormir la mona. Ya en el auto, analiza los precios con el resto de los comensales, compara el menú con otros restaurantes y analiza si va a volver o no, de acuerdo a lo que pagó. Aunque diga lo contrario, casi siempre está disconforme con el precio, a no ser que haya comido realmente barato en alguna parrilla que se fundirá un mes después por tener precios tan bajos.
2. EL OKUPA
Otro pesado a la hora de pagar la cuenta es el okupa, un desubicado que come unos ravioles y una gaseosa y se queda seis horas en la mesa gritando por el celular y usando el baño del restaurante. Como si fuera poco, ni siquiera consume postre o café. Resiste durante horas, como si estuviera encadenado, garroneando vasitos de agua de cortesía y apagando los puchos en los platos con restos de comida fría, aunque esté prohibido fumar. Cada vez que levanta la mano, los mozos se ilusionan pensando que por fin va a pedir el ticket, pero sólo los molesta porque quiere un café gratis, una Cafiaspirina, o un cargador para el celular, que titila, comatoso, en un borde de la mesa. Los camareros más viejos muchas veces le llevan la cuenta directamente o le preguntan si necesita algo más hasta que ya no puede disimular más y pide que le cobren.
3. EL PAGADIOS
Sin duda, otro de los más odiados es el pagadios, que después de comer opíparamente, elogiar el menú, pedir más paneras, probar de todos los platos, y repetir el postre, desaparece antes de pedir la cuenta. Los más audaces incluso se levantan o hablan por el celular con cara de ocupados, hasta que sus amigos, hartos de esperarlo y avergonzados por la mirada expectante de la moza, sacan la tarjeta y pagan ellos el total. “Después arreglamos”, dice, aunque todos sepan que ese “después” no va a llegar nunca. Si lo presionan, es capaz de tirar un billete de cincuenta pesos sobre la mesa diciendo que no tiene más cambio, aunque su parte sea noventa y tres y todos sepan que tiene tarjetas de cinco bancos diferentes en la billetera.
4. EL CONTADOR
Otro pijotero infame —muy repudiado por sus amistades— es el contador, un sujeto que sale a comer con los amigos y exige pagar menos porque él no tomó vino o no probó la entrada que compartieron. Durante toda la cena hace cuentas mentalmente, mira quién pide cada cosa, suma y resta, y al final, cuando alguien propone dividir en partes iguales, aunque sean treinta y seis personas, él aclara que no bebió vino y que le corresponde poner siete pesos menos que a los demás. Si la discusión escala o las burlas son demasiado grandes, es capaz de recitar de memoria cuántas porciones de pizza ingirió cada uno, señalando, colérico, al que comió fainá y al que dijo que no quería flan pero después sacó una cucharada del suyo. Es, además, el que cuenta las empanadas cuando pide delivery con amigos (“¿Las de choclo son las tuyas? Yo tengo una de verdura y una de carne, ¿Cuánto tengo que poner?)” y el que jamás pone un chorizo de más en la parrilla (“Hay uno para vos” “¿Querés el tuyo?”). Casi siempre se sale con la suya, aunque después tenga que aguantar un aluvión de chistes en la oficina por no pagar.
5. EL FALSO GENEROSO
En el costado opuesto del ring, está el falso generoso: un vivo que pide entrada, el plato más caro del menú, una botella de vino para él solo, champagne importado, y postre como si fuera la última cena. Además, propone llamar al mozo como si él fuese a invitar: “Pidamos otro champucito que está riquísimo” “¿No querés comerte un postrecito? A ver, traeme uno de cada uno y picamos todos”. Pero de tomarse todo el alcohol él solo, y devorar los postres que nadie quería pedir, pretende dividir todo por partes iguales con los demás, que comieron pizza, Coca y un cortadito. En general, a todo el mundo le da vergüenza su actitud y termina pagando equitativamente aunque por dentro estalle de bronca. El falso generoso lo sabe y ni siquiera le importa. “Dividamos y listo, che, no nos vamos a pelear por dos pesos”.
6. LA SUSANITA CHIRUZZI
La peor es la Susanita Chiruzzi, que en su arcaico afán de sentirse una princesa, siente que cualquier hombre que esté sentado a la mesa tiene la obligación moral de pagarle la cuenta sólo porque tiene tetas. Aunque ya pasó los treinta, tiene una carrera, y podría pagar cualquier cuenta sin tener que recurrir a esta artimaña, Susanita insiste con esa actitud, que aprendió de una madre ama de casa que siempre le dijo que no se acostara en la primera cita y que jamás pagara una cena. Su actitud de nenita mimada o de mujercita indefensa, lejos de hacerla más deseable, espanta a los mejores candidatos que ya tienen el cerebro en el año 2010. ¿Lo más grave? Ni siquiera disimula. Cuando llega la cuenta no hace ni un falso ademán de sacar la billetera, ni sugiere pagar a medias, ni dejar la propina ella misma, aunque el otro haya pagado trescientos pesos por la comida. “Yo no le voy a pagar la cena a ningún hombre”, le dice a una amiga, tratando de pasar por feminista cuando en realidad es una pobre amarreta que garronea comida mediante falsas promesas de sexo que nunca llegan.
Fuente : Carolina Aguirre